Me pasó algo muy especial ayer martes. Caminaba al trabajo como de costumbre, disfrutando del frío matinal, de ese espléndido aire fresco matutino y del lento despertar del sol. En verdad no madrugo, suelo salir pasadas las 8, pero en estas fechas otoñales el sol se enreda en sus sábanas.
De repente me percaté del color de la luz solar en los bordes de una nube que deambulaba por el oriente, era una nube gordita, con cuerpo, no una estela de esas que se borran rápido. La tonalidad era amarillenta pero con un brillo especial, suave y diáfano.
Resalto a la nube porque esta imagen me resultó muy familiar a los amaneceres en mi tierra natal. En mi Linares, pero sobre todo, en las zonas rurales cercanas, se puede disfrutar de unos amaneceres de lujo. A unos 20 minutos al sur se encuentra Longaví, una comuna aún pequeña, desde la cual se accede a una infinidad de sectores campestres. Sectores que con el paso de los años se han llenado de asfalto y antenas de celulares, pero en los cuales aún se pasean los huasos a caballo, las gallinas deambulan por las aceras y dónde aún se respira ese profundo olor a campo.
Dos elementos son fundamentales en un amanecer campestre: el “rocío” y el sol apareciendo tras la Precordillera (ausente en Santiago). El rocío es el agua que cae tras la formación de una neblina matinal, que varía en su duración. Producto de este baño, el aire se siente tremendamente fresco y frío, por lo que debes abrigarte si deseas salir a pasear.
Además debes usar calzado abrigado, pues te encuentras con todo el suelo mojado, y peor si te metes a los prados, hasta los pantalones se mojan, pues el pasto se ha colmado de agua. Mientras disfrutas del aire frío y fresco y del rocío esparcido como un mar, la luz del sol naciente comienza, tímidamente, a abrigarte con sus tenues primeros rayos. De a poco se asoma el astro tras las crestas verdes profundo de la Precordillera, la cual en algunos sectores deja muy oculta a la Cordillera.
Así el señor sol comienza a levantarse y en su camino se encuentra con esas típicas nubes locas que deambulan libres como el viento. En su paso deben soportar los incontables rayos que las atraviesan y aquí es donde se puede disfrutar de un fenómeno precioso, pues se generan diversas tonalidades de luz.
Imborrables amaneceres han quedado guardados como tesoros en mi memoria. Tesoros que llaman a todos los sentidos. Cuando vi al sol tras la nube que comento al inicio, recordé los colores de las nubes en mi tierra y el frío matinal me hizo rememorar al frío del rocío.
No he mencionado un elemento importante también, la vegetación circundante. El entorno del campo siempre está henchido de verde, desde los árboles cercanos, pasando por las praderas, los cultivos y el lejano verde que envuelve a cerros y cordones cordilleranos.
Ese verde me lo recordaron los arbolitos de la calle, de los condominios y otros que simplemente están ahí.
Con la suma de tales estímulos, tuve un grato recuerdo de un amanecer en los campos de mi amada Provincia de Linares. Pero mi di cuenta de una gran verdad…
Aún amo con mucha pasión a aquellas tierras por la cuales deambulé durante 18 años de mi vida. Años donde nací, crecí y viví mi adolescencia vacacionando por campos y más campos. Por zonas de baja montaña. Por plantaciones de remolacha, trigo, choclo y muchos etcétera.
Amo aquellos amaneceres húmedos y luminosos, amo ese aroma a tierra mojada, a tierra fresca…y oh! me olvidado de tantas cosas más, tantos elementos que transforman esos amaneceres en delicias. El canto de infinidad de gallos, el trinar de orquestas de pájaros…
Me vi caminando en un amanecer en Santiago que jamás llegará a ser como uno de mis campos amados.
Y me dije: me encanta y fascina Santiago, le tengo un gran cariño por tanto que he podido hacer y crecer en esta tierra. Pero van a pasar muchos años antes que llegue a “amar” este lugar. Mi vida nació al alero de esos inolvidables amaneceres, de mi tierra que corre por mi sangre, esa tierra está en mi ADN y eso no se cambiará por Santiago.
Muchos años tendrán que pasar para amar a esta ciudad gigante en la que vivo actualmente.
Por algo lo dice Gloria Estefan: “La tierra donde naciste no la puedes olvidar, porque tiene tus raíces y lo que dejas atrás”